| 17 de Mayo de 2024 Director Benjamín López

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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la declaración institucional en la que anunciaba si dimitía o seguía al frente del Ejecutivo.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la declaración institucional en la que anunciaba si dimitía o seguía al frente del Ejecutivo.

Anatomía de un dislate por carta y declaración

Nunca antes un presidente del Gobierno se había cogido una baja para decidir si seguir o no en sus funciones

| Rábago Opinión

Vaya por delante que nadie encontrará en estas líneas –ni siquiera Pedro Sánchez– una sola información espuria ni una campaña de acoso y derribo ni, tan siquiera, mentira alguna o cambio de opinión. Confieso que las escribo desde la más profunda y sincera indignación pero en ningún caso desde el odio que –dicho sea de paso– no profeso a nadie que conozca ni incluso a quien me haya querido dañar.

El miércoles pasado, cuando leí la carta de Pedro Sánchez, no di crédito a lo que leía tanto por lo inédito del contenido argumental como por la decisión de darse una baja temporal de cinco días para reflexionar sobre si continuar o no en la Moncloa. Nunca antes un presidente del Gobierno se había cogido una baja para decidir si seguir o no en sus funciones.

Tras una segunda lectura de la misiva me propuse encontrar las razones de calado que pudieran justificar tamaña decisión. Básicamente los hechos para plantearse la continuidad como Presidente las resumía en: “los ataques que estamos recibiendo mi esposa y yo”, la apertura de “diligencias previas contra mi mujer, Begoña Gómez, a petición de una organización ultraderechista llamada Manos Limpias” y, “en resumen, el intento de una operación de acoso y derribo por tierra, mar y aire, para intentar hacerme desfallecer en lo político y en lo personal atacando a mi esposa”.

Los motivos aducidos –detrás de los hechos– se compilaban en: “una coalición de intereses derechistas y ultraderechistas que no toleran la realidad de España, que no aceptan el veredicto de las urnas y que están dispuestos a esparcir fango con tal de (…) tapar sus palmarios escándalos de corrupción y su inacción ante los mismos (…); esconder su total ausencia de proyecto político más allá del insulto y la desinformación; y (…) valerse de todos los medios a su alcance para destruir personal y políticamente al adversario político”. ¡Todo un compendio de verdades objetivas!

Es evidente que la gota que parece haber colmado el vaso de la paciencia del presidente del Gobierno es el ataque a su entorno familiar y, muy particularmente, al de su mujer, Begoña Gómez. A nadie le agrada que se metan con las personas que uno más quiere y es comprensible el enojo que esto puede producir. Que las familias de los políticos queden fuera del debate público es siempre aconsejable siempre que no suponga patente de impunidad. El insulto también debería ser desterrado del debate político pero no así el derecho a criticar cualquier actitud pública que nos pueda parecer censurable. Lo que no es admisible es que uno reclame para sí lo que es incapaz de practicar con los demás. Y esto nada tiene que ver con el tú más.

La mejor manera de cargarse de razón argumental es no hacer a los demás lo que uno no quiere que le hagan a él. Cuando uno miente no puede pretender convertirse en adalid de la verdad ni cuando ofende aspirar a no ser ofendido. La mejor forma de promover la política de altura es, simplemente, practicarla. Usted, señor Presidente, no la practica. Ustedes han señalado a familiares de líderes de la oposición a sabiendas de que no había nada que reprochar, con mentiras conocidas y desmentidas. Y cuando se ha señalado a su mujer y a su entorno familiar se ha ofendido hasta el extremo dando un bochornoso espectáculo para sonrojo de propios y extraños.

En su declaración de continuidad en el cargo reconoce haber “mostrado un sentimiento que en política no suele ser admisible” al tiempo que acusa sin rubor y sin causa a familiares de sus adversarios políticos que no son ajenos a tales sentimientos. Dice usted “que duele vivir esta situación que no desea a nadie” pero que prodiga sin miramientos contra quien osa criticarle. Dice usted que “no hay honor que justifique el sufrimiento injusto de las personas que uno más quiere y respeta” pero lo justifica cuando se trata del sufrimiento de las familias del adversario.

Habla usted de si “debemos permitirnos que se vuelva a relegar el papel de la mujer al ámbito doméstico, teniendo que sacrificar su carrera profesional en beneficio de la de su marido” cuando nada de esto estaría en tela de juicio si su mujer no hubiera mantenido relaciones laborales con quienes luego fueron beneficiarios de subvenciones o contrataciones. Puede no haber delito judicial pero sí reproche moral.

Se pregunta si “exigir resistencia incondicional a los líderes objeto de esa estrategia –entiéndase por acoso– es poner el foco en las víctimas y no en los agresores y confundir libertad de expresión con libertad de difamación” y es usted quien más difama y menos defiende la libertad de expresión.

 

Termina su declaración justificando su continuidad “gracias a esa movilización social que ha influido decisivamente en su reflexión”, cuando ha sido su partido quien ha movilizado a una (exigua) militancia a las puertas de su sede nacional y seguro conocedor de antemano de los datos de un CIS que muestra el respaldo a su continuidad de tan solo un 36,7% de los españoles y condicionado a que dé las explicaciones que aún estamos esperando.

Por último, nos dice que “sólo hay una manera de revertir esta situación y es que la mayoría social (esa exigua militancia) se movilice en una apuesta decidida por la dignidad y el sentido común, poniendo freno a la política de la vergüenza que llevamos demasiado tiempo sufriendo. Porque esto no va del destino de un dirigente particular. Eso es lo de menos. Se trata de decidir qué tipo de sociedad queremos ser”. Está usted a un paso de decirnos que es “el camino, la verdad y la vida”. Al fin y al cabo ya nos ha dicho, con esto de Palestina, que es “la luz del mundo”. En psicología esto tiene un nombre. No lo diré por cortesía.

No sé dónde vive usted, señor Presidente, pero sé dónde no: usted no vive en la realidad de los españoles, vive condicionado por quienes no creen en este país y les importa poco su futuro. Vive en un mundo irreal obligado por sus socios parlamentarios a la construcción de un nuevo muro de la ignominia entre “buenos y malos” que fue exactamente lo que los españoles dejamos atrás con la Transición, pero también fue exactamente la razón por la que dimitió Adolfo Suárez cuando nos advirtió en su comparecencia dimisionaria que no se iba porque “hubiera sufrido un revés superior a mi (su) capacidad de encaje (…) sino porque no quería que el sistema democrático de convivencia fuera (sea), una vez más, un paréntesis en la historia de España”. Hágaselo ver.