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Seísmo en Zarzuela: Irene de Grecia aparta a Leonor y Sofía de su millonario legado

El estado de salud de la hermana de la Reina Sofía es más que delicado. En Palacio, ahora, se habla de su testamento y de la polémica que se avecina

La Reina Doña Sofía e Irene de Grecia en un concierto en diciembre de 2024.

La Reina Doña Sofía e Irene de Grecia en un concierto en diciembre de 2024.Europa Press

David Lozano
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En los pasillos de la Zarzuela, la salud de Irene de Grecia se ha convertido en un susurro constante. La Casa Real guarda silencio, pero distintas fuentes apuntan a un diagnóstico implacable: un alzheimer en fase ya muy avanzada, casi terminal. Los médicos, dicen, no le auguran más de un año de vida. Y en ese horizonte, han comenzado a aflorar conversaciones que hasta hace poco parecían lejanas: su funeral, su testamento, el destino de sus bienes más preciados.

La tía Pecu —como la apodan en familia— no solo acumula patrimonio en cifras bancarias. Su verdadero tesoro descansa en cofres de terciopelo y cajones blindados: joyas únicas que han viajado de generación en generación, cargadas de historia y brillo. Diamantes que alguna vez reflejaron la luz de bailes de Estado, perlas con aroma de sal marina, turquesas y piedras preciosas que custodian secretos de la realeza griega y española.

Muchas llegaron a sus manos tras la muerte de su madre, la Reina Federica. Aquel reparto, entre hermanos, fue nítido: Constantino, Sofía e Irene recibieron lotes diferentes. La diadema de esmeraldas, la Kedive de Egipto, la tiara de diamantes y rubíes en forma de ramas de olivo… piezas célebres que no fueron para ella. A Irene le tocaron joyas menos mediáticas pero de igual valor: un broche familiar, un colgante rosado con forma de pera, brazaletes con esmeraldas y zafiros. Y, sobre todas, una pieza que roza la leyenda: la tiara de catorce semicírculos de diamantes que perteneció a su abuela Sofía de Grecia. Un símbolo de linaje que, en ocasiones, lució su hermana Sofía en su juventud.

Desde que en 1974 se exilió definitivamente y, tras un tiempo en la India, se instaló junto a la Reina Sofía, Irene ha vivido en la Zarzuela más de cuatro décadas. Cuatro décadas compartiendo techo, rutinas y un refugio familiar con su hermana, mientras veía crecer a sus sobrinos: Felipe, Cristina y Elena. Con ellos tejió una relación de complicidad y cariño que ha hecho que muchos la perciban como una segunda madre.

Ese vínculo, sin embargo, no se ha replicado con las hijas de Felipe o las de sus hermanas. Con la Princesa Leonor y la Infanta Sofía, sus sobrinas-nietas, la relación es cordial pero distante, pese a habitar en el mismo complejo. Las reuniones han sido contadas, los lazos, tenues.

Por eso, tal y como recoge Elnacional.cat cuando se especula sobre el futuro de sus joyas, la línea parece clara: no habrá reparto amplio ni herencias simbólicas para las nuevas generaciones. La tía Pecu ha orientado sus últimas voluntades hacia quienes la han acompañado más de cerca: su hermana Sofía y esos tres sobrinos con los que ha compartido vida, viajes y confidencias.

En los salones de Zarzuela, donde cada objeto cuenta una historia, las joyas de Irene aguardan su próximo capítulo. Y, mientras tanto, el brillo de esas piedras parece querer retener algo que ni el tiempo ni la enfermedad pueden detener.

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