la mirilla
Sánchez, tres horas de humo y ni una luz

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
Pedro Sánchez compareció en el Congreso y volvió a hacerlo como si estuviera en el Caribe: tres horas largas de discurso pesado, sin alma, sin rumbo, sin explicaciones. El populismo sanchista en estado puro, la oposición a la oposición y el ataque chillón lleno de eslóganes y tópicos de otra época. Y, lo que es peor, sin una sola respuesta sobre el gran apagón que dejó a oscuras a España el pasado 28 de abril.
Ni una disculpa. Ni una asunción de culpa. Ni un anuncio de medidas concretas. Solo bulos, acusaciones delirantes y ese estilo cada vez más despegado de la realidad que define al habitante de La Moncloa. Mientras tanto, el país se pregunta: ¿cómo pudo ocurrir algo así tras once avisos ignorados?
La ministra Sara Aagesen sigue escondida. Beatriz Corredor continúa en la presidencia de Red Eléctrica como si la cosa no fuera con ella. Pero Red Eléctrica no es un puesto de consolación en la Diputación de Badajoz. Aquí hablamos de la columna vertebral del sistema energético nacional.
Y para colmo, Sánchez se descuelga con un supuesto “plan de defensa” en medio de este desbarajuste. ¿Un plan? No hay calendario, no hay presupuesto, no hay respaldo parlamentario. Es otro brindis al sol más. Un anuncio sin sustancia de un presidente sin Gobierno sólido, sin cuentas, sin respaldo y con demasiados frentes judiciales abiertos.
Mientras tanto, en Estrasburgo, Teresa Ribera —gran artífice de este modelo energético fallido, tal como ayer denunció la portavoz popular europea Dolors Montserrat— se escabulle por la puerta de atrás en cuanto se menciona el apagón español. Ni ella, ni su sucesora, ni nadie quiere asumir responsabilidades.
Óscar Puente sigue al frente del caos ferroviario. Aagesen, impasible ante el colapso energético. Corredor, atrincherada. Ribera, desaparecida. Sánchez, en su mundo. Aquí no dimite nadie. No hay errores. Solo enemigos imaginarios, lobbies oscuros, ultra ricos y mucha propaganda.
España puede quedarse a oscuras, pero el cortocircuito real está en La Moncloa.
A.M. BEAUMONT